San Simón Stock-Istmo entre el pasado y el futuro

Ilustre miembro de la profética veta iniciada por el profeta Elías, recibió de las manos de María el escapulario del Carmen, prenunciando un período de gloria para la devoción mariana y para la Santa Iglesia.

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Cuánta sabiduría encierran las palabras de Cicerón cuando afirma que la Historia es “testigo de los tiempos, luz de la verdad, vida de la memoria, maestra de la vida, mensajera de la antigüedad”.1 De modo especial se aplican a los grandes personajes, pero sobre todo si fueron santos, porque el recuerdo del camino de la virtud que han recorrido en el pasado ilumina el presente y proyecta una luz hacia el futuro.

Una veta de profética devoción mariana

Elías, el tesbita, es una de esas figuras paradigmáticas. Nacido en el año 900 a.C., “aparece de forma abrupta en la historia del reino de Israel, pero ya con un brillo prodigioso: ‘Entonces surgió el profeta Elías como un fuego, su palabra quemaba como antorcha’ (Eclo48,1)”.2

Habiendo consumido su existencia en el “celo por el Señor, Dios de los ejércitos” (1Re19,14), ungió a Eliseo como su continuador, y después fue arrebatado en “un carro de fuego con caballos de fuego” subiendo “al cielo en el torbellino” (2Re2,11). Todavía no ha muerto, según una consagrada tradición en la Iglesia Católica,3 y antes de la segunda venida de Cristo, “cercana al gran y terrible Juicio Final, Elías deberá volver”.4

Entre sus hechos admirables se encuentra la horrible sequía que impuso a Israel por sus infidelidades y el regreso de la lluvia, prenunciada por “una nubecilla como la palma de una mano” (1Re8,44) que había vislumbrado desde lo alto del monte Carmelo. Varios exegetas consideran a esa nube una prefigura de María.

En aquella región rocosa, Elías y sus discípulos iniciaron una veta de profética devoción a la Virgen, que alcanzó su apogeo en el Nuevo Testamento. Por lo tanto, constituye “una especie de puente, desde el principio de la devoción a María Santísima, siglos antes de que naciera”,5 hasta sus últimos devotos, en el fin del mundo.

Con el paso de los años, surgieron entre los seguidores del tesbita grupos de ermitaños que allí, en Palestina, darían origen a los comienzos de la Orden del Carmen. Cuando ésta se trasladó a Europa, en el siglo XIII, uno de los primeros reinos que la acogió fue el de Inglaterra, que le brindó uno de sus miembros más ilustres: San Simón Stock.

Consagrado a María en el seno materno

Hijo de una noble familia de barones ingleses, nació en 1164, en el castillo de Harford, condado de Kent, del cual su padre era gobernador. Complicaciones durante el embarazo, derivadas de la robusta complexión del nasciturus, hacían temer la pérdida de la vida materna en el momento de su nacimiento. No obstante, la piadosa baronesa consagró la criatura a la Virgen y le vino al mundo sin graves dificultades. Y, “desde la cuna, Simón tuvo por la Madre de Dios la más tierna devoción”.6

En señal de gratitud, su madre solía, antes de amamantarlo, renovar su ofrecimiento rezando de rodillas un Avemaría. Cuando por distracción se olvidaba, el bebé se negaba a alimentarse. Cuentan que el niño se abstenía de la leche materna los sábados y las vísperas de las fiestas marianas, y que para apaciguarlo en cualquier indisposición bastaba presentarle una imagen de la Virgen.

Dotado de rara inteligencia, antes de cumplir un año ya sabía el Avemaría y aprendió a leer tan pronto como empezó a hablar. Siguiendo el ejemplo de sus padres, comenzó muy temprano a rezar el Pequeño Oficio de la Santísima Virgen, costumbre que nunca dejó. A los 6 años comprendía el latín y, abrasado de amor, rezaba los salmos varias veces al día, arrodillado, por respeto a la Palabra de Dios.

Crecimiento en ciencia y virtud

Sintiéndose incapaz de orientar los estudios de un hijo tan precoz, después de guiarlo en las primeras letras, su padre lo llevó a Oxford, donde “fue sabio a una edad en la que los niños empiezan a estudiar”.7 La ciencia de los santos, sin embargo, le atraía más a Simón que la de los hombres y por eso sus directores le permitieron participar en los sacramentos en una edad en la que “el común de los niños apenas discierne el bien del mal”.8

A medida que crecía en ciencia, acrisolaba su devoción a la Virgen. A los 12 años, leyendo un tratado sobre la Inmaculada Concepción —¡siete siglos antes de la proclamación del dogma! — sintió tal arrobamiento de amor que, movido por “un ardiente deseo de tener alguna semejanza con la más pura de las vírgenes, a la que consideraba siempre como su madre, consagró a Dios su virginidad”.9

La delicadeza de su conciencia y el temor de manchar su pureza lo ayudaron a evitar incluso lo que aparentase ser pecado. Y su ascesis le hacía huir de la vigilancia paterna para, como acto penitencial, tomar como ración diaria hierbas crudas, ensalada de legumbres y frutas silvestres, con pan y agua.

Todo esto despertó enorme envidia en su hermano mayor que, a despecho de los consejos paternos, llevaba una vida disoluta y mundana. La santidad del joven Simón le era, pues, una constante censura. Inicialmente, le tendía trampas a su inocencia, seguidas de burlas a su piedad, para pasar después a una abierta persecución, con calumnias y malos tratos.

Largo período de soledad

Temiendo caer en las seducciones del mundo y movido por una moción interior de la gracia, en sus cortos 12 años Simón decidió abrazar la soledad, refugiándose en un vasto bosque vecino a Oxford. Encontró allí un árbol de dimensiones extraordinarias con una amplia cavidad en el tronco y en ella improvisó una celda. Un crucifijo y una imagen de la Virgen, únicos objetos que llevaba consigo, le sirvieron de adorno a su sobria morada. Como alimento recogía hierbas, raíces amargas y frutos silvestres.

En medio de consolaciones, comenzaba para Simón una nueva vía, de tentaciones y pruebas. El demonio le provocaba escrúpulos, temores y crueles remordimientos por pecados que nunca había cometido. Para vencerlos, intensificaba sus austeridades y oraciones y, con la ayuda de la Santísima Virgen, siempre salía victorioso. “Algunos autores afirman que los ángeles se recreaban en su compañía y con su presencia hacían más agradable los horrores de su aislamiento”.10

¡El tiempo pasaba rápidamente! Muy favorecido por gracias especiales, recibió una visita de la Virgen, que le manifestó el contentamiento de Dios por los veinte años de vida solitaria transcurridos. A continuación, le reveló que había sido elegido para unirse a la Orden del Carmen cuando ésta llegara de Tierra Santa a Inglaterra, aunque se enfrentaría a las contradicciones de las que sería objeto bajo su dirección.

El profeta Elías entrega su manto a Eliseo
Convento carmelita de Stella Maris, Haifa (Israel)

Entrada en la Orden del Carmen

Con el fin de prepararse mejor para estos futuros acontecimientos, Simón regresó a Oxford para completar los estudios de Teología y recibir el ministerio sacerdotal. Pero los planes de Dios no se rigen según los ritmos humanos: los primeros carmelitas aún tardarían quince años en pisar suelo inglés…Mientras tanto, nuestro santo volvió a la vida solitaria y, para aumentar su perplejidad, en 1207 el reino de Inglaterra caía en un funesto interdicto papal. Los desacuerdos entre el rey Juan sin Tierra y el Papa Inocencio III a propósito del nombramiento del nuevo arzobispo de Canterbury se intensificaron tanto que el Pontífice se vio obligado a tomar tan drástica determinación.

En 1212 llegan a Inglaterra, por fin, los primeros religiosos procedentes del monte Carmelo. Al recibir tan halagüeña noticia, anunciada por la misma Virgen Santísima, Simón se apresura a unirse a ellos, que habían recibido el encargo de iniciar la fundación de monasterios en la isla. El interdicto papal, no obstante, lo impide. Esperando días mejores, los religiosos se retiran a un bosque en Aylesford, propiedad de un fraile carmelita de origen inglés, y empiezan a vivir como anacoretas. Allí el novicio recibe el hábito carmelitano de manos del Beato Alan, entonces prior de la pequeña comunidad.

Sabiendo este superior los raros talentos que nuestro santo poseía, le ordena que regrese a Oxford y se doctore en Teología, a pesar de su repugnancia por los ambientes mundanos que se vería obligado a frecuentar. El religioso obedece, pero, una vez obtenido el título, aprovecha la circunstancia favorable ofrecida por la fundación de un eremitorio carmelita en las proximidades de Norwich para regresar a la vida solitaria, junto con otros religiosos llegados de Palestina.

Primeros obstáculos que vencer

Paso a paso, las profecías de la Virgen se van cumpliendo. San Brocardo, segundo superior occidental de la Orden, conociendo las maravillas de la gracia obradas entre los solitarios de Norwich, especialmente a favor de Simón, quiso tenerlo como coadjutor, y en el Capítulo General de 1215 lo nombra vicario general para toda Europa, donde las casas se habían multiplicado en poquísimo tiempo.

Debido al bien enorme hecho a la Iglesia, el padre de la envidia insufla una tremenda persecución contra la Orden: animadas por falso celo, algunas personalidades intentan suprimirla, so pretexto de estar yendo en contra de los dictámenes del IV Concilio de Letrán.

Vigilante, Simón une a todo el Carmelo en oración y recurre al Papa Honorio III. El Pontífice envía a dos comisarios para que se informaran in loco de la situación, pero ellos se dejaron influenciar por los opositores. Sin embargo, María Santísima sale Ella misma en socorro de sus hijos: el Papa declara que la Reina del Cielo le había ordenado “aprobar la Regla del Carmen, confirmar a la Orden y protegerla contra las embestidas de sus adversarios”.11 Por la bula Ut vivendi norman, de 1226, hace efectivas las resoluciones celestiales y autoriza nuevas fundaciones en Europa.

Recogimiento en el monte Carmelo

Finalmente había sonado la hora marcada por la Providencia para que la Orden del Carmen marchara de Tierra Santa hacia lugares más favorables, como lo había predicho la Virgen. Por disposición del Beato Alan, ya elegido superior general, Simón Stock viaja al monte Carmelo a fin de participar en el Capítulo General, convocado para remediar los daños sufridos en Oriente a causa de la intolerancia sarracena. El carmelita inglés tuvo una indescriptible alegría al conocer el profético monte en el cual todo había comenzado con Elías.

En dicho Capítulo se decidió, de hecho, la emigración de todos los carmelitas a Europa, a pesar de la objeción de algunos de los presentes que decían que, en conciencia, no podían abandonar a los pocos cristianos de Oriente. Pero San Simón consideró que era inútil exponerse a tan grave peligro recordando un principio evangélico: “Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra” (Mt10,23).

Mientras todavía se encontraban allí, se intensificó la furia de los sarracenos y muchos cristianos perdieron la vida en esa región. Se salvaron de la muerte los que lograron escapar hacia Ptolemaida, donde se había concentrado la armada cristiana. Entre ellos estaba nuestro santo.

Narra la tradición del Carmelo que permaneció seis años llevando una vida de oración en la montaña de Elías, a la espera de una ocasión propicia para regresar a su país. Esta tuvo lugar cuando algunos nobles ingleses, que habían luchado en Tierra Santa, les ofrecieron a los religiosos que embarcaran en sus naves de vuelta a su patria, donde se distribuirían entre los diversos monasterios que ya existían. San Simón y el superior general se dirigieron a Aylesford.

Signo de predilección y alianza con la Virgen

Corría el año de 1245 cuando el Beato Alan convocó el primer Capítulo General en Europa, durante el cual presentó su renuncia al cargo, siendo elegido por unanimidad San Simón Stock como sustituto, a los 80 años de edad. Bajo su gobierno la Orden se extendió notablemente, sobre todo en Francia, donde se multiplicaron las fundaciones gracias al amparo de San Luis IX.

Incluso contando con la protección de la Santa Sede, el Carmelo fue blanco de nuevas y virulentas persecuciones que tenían en vista eliminarlo. En el auge de la aflicción, el santo se entregó a oraciones, ayunos y penitencias que se prolongaron algunos años. Durante ese trance compuso la célebre antífona Flos Carmeli, que pasó a recitar todos los días.

Sin embargo, “en las obras que la Virgen ama, las cosas pueden llegar a punto de desmoronarse, de despedazarse casi por completo. Todo parece perdido, pero es el momento que Ella reserva para intervenir”.12

El 16 de julio de 1251, la oración del venerando carmelita, “como la del profeta Elías, abre el Cielo y hace bajar a la Reina de los ángeles”.13 En esa fecha, “la Virgen Santísima se le aparece, vestida del hábito de la Orden, coronada de centellantes estrellas, y con su divino Hijo en los brazos”.14 Llevaba en las manos el escapulario, que le entregaba como tesorero de su signo de predilección y de una alianza sempiterna.

Ese mismo día, San Simón entregó al P. Pierre Swayngton, su secretario y confesor, una carta dirigida a todos sus hermanos de hábito, en la que registraba la promesa de la Madre de Dios de la que había sido depositario: “Recibe, mi querido hijo, este escapulario de tu Orden, como signo distintivo y marca del privilegio que he obtenido para ti y los hijos del Carmelo; es un signo de salvación, una salvaguardia en los peligros y la garantía de una paz y de una protección especial hasta el fin de los siglos.Ecce signum salutis, salus in periculis. El que muera revestido de este hábito será preservado del fuego eterno”.15

Vida longeva unida a María

A partir de entonces, la Orden del Carmen se extendió prodigiosamente y a finales del siglo XIII, pocos años después de la muerte del santo, ya poseía, según fuentes de la época, más de 7,000 monasterios y eremitorios, con cerca de 180,000 religiosos.

San Simón Stock dedicó los años que le quedaban a visitar los carmelos. “Europa vio con admiración a este santo anciano, que había alcanzado ya una extrema vejez, curvado por el peso de los años, extenuado por los rigores de la vida más austera, y sin disminuirlos en nada, incluso en el transcurso de sus viajes, recorrer con un infatigable valor los monasterios de su Orden”.16

Estuvo en varias ciudades de Bélgica, Escocia, Irlanda y otros países, y en 1265 llegó a Burdeos, Francia, donde el 16 de mayo entregó su alma a Dios. Sus últimas palabras fueron las primeras que habría aprendido: Ave María.

Su acción continúa en la eternidad

San Simón Stock y las almas del Purgatorio
Convento carmelita de Stella Maris, Haifa (Israel)

Miembro de la profética veta eliática, San Simón Stock representa un istmo entre el pasado y el futuro. Y como la misión de los santos no termina en esta tierra, cabe preguntarse: ¿qué hará ahora desde la eternidad? En este año conmemorativo del centenario de las apariciones de Fátima, ¿no estará clamando por la venida del Reino de María anunciado allí?

En efecto, el 13 de octubre de 1917, antes del famoso “milagro del sol”, María Santísima se presentó a los tres pastorcitos “como Nuestra Señora del Carmen, coronada Reina del Cielo y de la tierra, con el Niño Jesús en su regazo”.17

Siendo propio al espíritu de la Iglesia amar las grandes síntesis, es hermoso contemplar cómo “en el momento en que la Virgen proclama su realeza futura bajo la forma de la realeza de su Corazón, aparece con el vestido de su más antigua devoción, el Carmen, haciendo una síntesis de lo más antiguo y de lo más reciente”.18 La singular figura de San Simón Stock, el Carmelo y el escapulario prenuncian, así, el triunfo de su Inmaculado Corazón.

Extraído de la revista Heraldos del Evangelio, #166.

Notas


1 CICERÓN. De oratore. L.II, n.º36.

2 CLÁ DIAS, EP, João Scognamiglio. ¿Cuándo regresará Elías? In: Lo inédito sobre los Evangelios. Città del VaticanoLima: LEV; Heraldos del Evangelio, 2013, v.VII, p.422.

3 Cf. Ídem, p.430.

4 Ídem, p.431.

5 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. São Simão Stock recebe a libré de Nossa Senhora. In: Dr. Plinio. São Paulo. Año XVII. N.º194 (Mayo, 2014); p.30.

6 GUÉRIN, Paul. Les petits bollandistes. Vies des Saints. 7.ªed. Paris: Bloud et Barral, 1876, t.V, p.582.

7 Ídem, p.583.

8 Ídem, ibídem.

9 Ídem, ibídem.

10 Ídem, p.585.

11 Ídem, p.588.

12 CORRÊA DE OLIVEIRA, op.cit., p.31.

13 GUÉRIN, op. cit., p.591.

14 JANSEN, Thomaz (Ed.). São Simão Stock. In: Vida dos Santos da Ordem Carmelitana. 2.ªed. Kevelaer: Butzon & Bercker, 1930, p.146.

15 SAN SIMÓN STOCK. Carta, 16/7/1251, apud GUÉRIN, op.cit., p.592.

16 GUÉRIN, op. cit., p.593.

17 WALSH, William Thomas. Nossa Senhora de Fátima. 2.ªed. São Paulo: Melhoramentos, 1949, p.130.

18 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Conferencia. São Paulo, 16/7/1976

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