Formada principalmente por jóvenes, esta Asociación está presente en 80 países. Sus miembros consagrados practican el celibato, dedicándose por completo al apostolado, viviendo en casas destinadas específicamente a los jóvenes y a las jóvenes, respectivamente. Su vida cotidiana alterna el recogimiento, el estudio y la oración, junto con actividades de evangelización en diócesis y parroquias, con especial énfasis en la formación de los jóvenes.
Aunque no profesan los votos y mientras permanecen en el estado laical -a excepción de algunos que se han embarcado en el sacerdocio- los Heraldos del Evangelio procuran practicar los consejos evangélicos, en toda su fascinante pureza.
Viven en comunidad (masculina o femenina), en un ambiente de caridad fraterna y disciplina. Sus casas de comunidad fomentan una profunda vida de oración y estudio, de acuerdo con la sabia directiva de San Juan Pablo II:
“El objetivo fundamental de la formación de los fieles laicos es el descubrimiento cada vez más claro de la propia vocación y la voluntad cada vez mayor de vivirla para cumplir la propia misión.” (Christifidelis Laici 58).
Los “Cooperadores” forman otra categoría de miembros, que “si bien se identifican con el espíritu de la Asociación -tal como se establece en sus estatutos- no pueden comprometerse plenamente con sus objetivos debido a sus compromisos sacerdotales, o por pertenecer a algún instituto de vida consagrada o sociedad de vida apostólica, o por sus deberes matrimoniales o profesionales.”
Por ello, los Cooperadores de los Heraldos del Evangelio, sean casados o solteros que viven en el mundo, sacerdotes, diáconos, religiosos, laicos de vida consagrada o miembros de otras asociaciones o movimientos eclesiales, además de observar los preceptos y deberes propios de su estado de vida, se esfuerzan por vivir en conformidad con el carisma y la espiritualidad de la Asociación, dedicándole su tiempo libre y comprometiéndose a cumplir determinadas obligaciones.
La espiritualidad de los Heraldos del Evangelio está anclada en tres puntos esenciales: la Eucaristía, María y el Papa, como se define en sus estatutos.
“La espiritualidad tiene como pilar la adoración a Jesús Eucarístico, de inestimable valor en la vida de la Iglesia, para edificarla como una sola, santa, católica y apostólica, cuerpo y esposa de Cristo”. (Ecclesia de Eucharistia 25, 61); la piedad mariana filial, imitando a la siempre Virgen María, y aprendiendo a contemplar en ella el rostro de Jesús (Novo Millennio Iuentes 59), y la devoción al Papado, fundamento visible de la unidad de la fe. (Lumen Gentium 18)”.
Estos puntos están vibrantemente representados en el emblema que distingue a la Asociación.
Para el Heraldo del Evangelio, esta llamada a la perfección no debe quedar restringida a los actos interiores, sino que debe exteriorizarse en todas las actividades, para reflejar mejor a Dios. Es decir, el Heraldo debe revestir de ceremonial todas sus acciones cotidianas, tanto en la intimidad de la vida privada como en la pública; en las obras de evangelización, al relacionarse con sus hermanos, en la participación en la Liturgia, en las presentaciones musicales y teatrales, y en todas las demás circunstancias.
Esta búsqueda de la perfección significa no solo abrazar y practicar la virtud, sino también hacerlo con pulcritud, con belleza, que puede ser un elemento importante para la santificación.
Con razón, Pablo VI destacó esta importante enseñanza del Concilio Vaticano II en su Mensaje a los Artistas:
“Este mundo en el que vivimos necesita la belleza para no hundirse en la desesperación. La belleza, como la verdad, alegra el corazón humano y es ese fruto precioso que resiste la erosión del tiempo, que une a las generaciones y les permite ser una sola en la admiración.”
“Existe un misterioso y profundo parentesco entre la música y la esperanza, entre el canto y la vida eterna: no en vano la tradición cristiana retrata a los beatos en el acto de cantar en un coro, extasiados y embelesados por la belleza de Dios. Pero el arte auténtico, como la oración, no es ajeno a la realidad cotidiana, aunque requiere que lo “reguemos” y lo hagamos germinar para que dé frutos de bondad y de paz”.
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