Revolución y contrarrevolución del corazón

Compártalo en las redes sociales​

Ya en la Antigüedad, el corazón simbolizaba la médula de la personalidad humana. Entre los griegos, por ejemplo, abarcaba la razón o las emociones, y entre los romanos ya existía la asociación del corazón al amor, así como al valor, puesto que a los soldados se les condecoraba con corazones de bronce por sus actos de valentía.

Distorsionando el significado metafórico del corazón, el paganismo también lo utilizó para sacrificios rituales humanos, comunes en todos los rincones del mundo, excepto en Israel. Basta mencionar el caso de los aztecas, cuyo holocausto principal consistía en la extracción del corazón de las víctimas, aún vivas, para ofrecérselo a las divinidades.

En el Génesis, por su parte, se dice que el corazón del Señor se afligió por el pecado, arrepintiéndose «de haber creado al hombre en la tierra» (6, 6). Así, ante sus faltas, el salmista ruega «un corazón puro» (Sal 50, 12) y la divina misericordia (cf. Sal 85, 3), cuyo sentido etimológico evoca un corazón compasivo para con el miserable. La promesa de salvación, no obstante, permaneció siempre en el horizonte del pueblo elegido, conforme la profecía de Ezequiel: «Os daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne» (36, 26).

Jesucristo, «manso y humilde de corazón» (Mt 11, 29), invitó a sus discípulos a ser «limpios de corazón» (Mt 5, 8) y recriminó a los de «corazón embotado» (Mc 8, 17). De su divino costado nació la Iglesia, cuyos latidos alcanzaron todo el orbe.

El primer milenio de la era cristiana no conoció la devoción al Corazón de Jesús. Sus orígenes más definidos se remontan a la devoción de las Santas Llagas entre religiosos como San Bernardo y San Francisco.

Más tarde, los protestantes juzgaron que había idolatría y superstición en la devoción al Corazón de Jesús. Como reacción, en 1566 el papa San Pío V exhortaba a los obispos con estas palabras: «No paralizaremos el progreso de la herejía sino moviendo el Corazón de Dios. Corresponde a nosotros, luz del mundo y sal de la tierra, llevar la claridad a los espíritus y animar los corazones con el ejemplo de nuestra santidad y de nuestras virtudes». El santo pontífice entendía que la solución para los males se encontraba en tocar el corazón de Dios mediante la santidad, empezando por la parte más alta de la jerarquía eclesiástica.

En 1673, Santa Margarita María Alacoque recibió las revelaciones del Sagrado Corazón de Jesús, al cual el rey Luis XIV debería consagrar Francia. Ante el desinterés del monarca, la nación cayó más adelante en los desvaríos de la Revolución francesa y en una contumaz descristianización. Basta con citar que, tras el asesinato del projacobino Marat en 1793, su corazón fue convertido en símbolo de blasfema devoción: crearon una «letanía» al «sagrado» corazón del nuevo «mártir» de la Revolución.

En 1917, la Santísima Virgen prometió el triunfo de su Inmaculado Corazón, el cual, según la teología de San Juan Eudes, está intrínsecamente unido al de Jesús. También profetizó que Rusia esparciría sus errores por el mundo. Después de la muerte de Lenin en 1924, el corazón del tirano pasó a ser infamemente venerado en el mausoleo de la plaza Roja de Moscú.

Ante tantas revoluciones y contrarrevoluciones en torno al corazón, es menester, por tanto, anhelar la restauración de su sentido más elevado, a través de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús en unión con el triunfo del Inmaculado Corazón de María, a punto de cumplirse. 

Extraído de la revista Heraldos del Evangelio, #239.

¡Suscríbase a nuestros emails!