Acertadamente, reza un viejo proverbio que «los hombres débiles crean tiempos difíciles». De ser así, entonces se comprenden los problemas de nuestra época… Escenas que promueven la cultura del victimismo, como las de reporteros llorando en directo o de padres temerosos de reprender a sus hijos, serían impensables hasta hace poco. Estamos inmersos en un mundo cada vez más «analgésico», cobarde y hedonista, en el cual huir del dolor y maximizar el placer parece que son el sentido mismo de la vida.
Tal situación exige la práctica de una de las virtudes más vilipendiadas en nuestros días: la fortaleza, sin la cual el alma se vuelve perezosa, pusilánime y mediocre. Es una virtud esencial porque, según Santo Tomás de Aquino, es condición de todas las demás, incluso porque el término virtud proviene del latín virtus, que equivale a poder, fuerza. Platón ya sostenía que la valentía era la virtud por antonomasia.
Como virtud a se, la fortaleza, por un lado, resiste al miedo y, por otro, avanza con audacia. En este sentido, opera, según la visión de Plinio Corrêa de Oliveira, a la manera de un «resorte», por su resistencia, y de una «espada», por su ataque —en latín aggredi. Conforme el Aquinate, al contrario de lo que pueda parecer, la dimensión «resorte» de la fortaleza requiere un esfuerzo mayor que el de la «espada», por el hecho de que el primero dura más y está, generalmente, en desventaja en la lucha y en peligro no remoto.
Todos los santos han practicado en grado heroico la virtud de la fortaleza en ambas modalidades. Con respecto a la «espada» del espíritu (cf. Ef 6,17), basta recordar la osadía de los primeros jesuitas ante el acoso de las fuerzas del mal, la valentía del obispo Von Galen en sus sermones antinazis y la intrepidez de La Valette durante el sitio de Malta, como podemos leer en las páginas de esta edición.
No obstante, la parte de la resistencia —«resorte»— aparece mucho más entre las almas virtuosas, precisamente por ser multiforme y más duradera. Se distinguió en el martirio de innumerables fieles, los cuales se mantuvieron firmes ante los ataques de sus perseguidores, y se relaciona con la perseverancia, que resiste a las dificultades más adversas, así como con la paciencia, que es, según el Doctor Angélico, raíz y guarda de todas las virtudes.
Conforme señaló el Dr. Plinio, podemos observar en la Revolución ciertas experiencias que simulan las flexibilidades de un «resorte» y, en la mayoría de los casos, sus enfrentamientos con la Contra-Revolución suceden en el plano «resorte», es decir, en una disputa de resiliencia y determinación.
A veces la lucha entre «resortes» se ve interrumpida por momentos de «espada», cuando la batalla se recrudece. El «resorte» del bien es presionado de un modo tan irresistible que prorrumpe con el ímpetu de la resistencia acumulada. En estas ocasiones tienen lugar los grandes giros de la historia, a la manera de la Resurrección de Cristo, cuando la losa del sepulcro fue arrojada lejos.
El proverbio citado al comienzo continúa: «Los tiempos difíciles crean hombres fuertes». En efecto, en la época histórica más dolorosa de todas, durante la postrera lucha contra el Anticristo, cada fiel se convertirá, en la interpretación de San Ambrosio, en «una espada aguda de doble filo» (Ap 1, 16) que saldrá de la boca de Cristo, según la visión del Apocalipsis. Entonces serán vindicados todos los momentos de «resorte» de la historia. ◊