Cualquiera que pasee por los bosques boreales, ya sea en Siberia, en Canadá o en los países nórdicos de Europa, se topará fácilmente con un animal gigantesco, muy peludo y siempre hambriento: el oso.
En cuentos infantiles generalmente se le presenta encantador e incluso pintoresco; pero estando ante uno de ellos afloran en la mente adjetivos totalmente opuestos… señalados por las reacciones más primarias del instinto de conservación.
Sus estrategias de ataque, formas de vida y alimentación varían entre las especies.
El oso polar es el cazador más feroz y, como en el Polo Norte los seres vivos son escasos, Dios lo dotó de una aguda «astucia»: para camuflarse de su presa en el blanco paisaje, tapa su nariz negra con sus albísimas patas. Tanto se parece a una montaña de nieve que la víctima sólo se da cuenta cuando ya es demasiado tarde… Se distingue por ser un corredor agilísimo, un nadador excelente. De todos modos, si usted, querido lector, se encuentra con uno, ¡no lo piense dos veces antes de salir corriendo!
El oso negro, por su parte, se halla en un perímetro mucho más extenso. Está presente en muchas reservas naturales y bosques cercanos a lugares habitados. Aunque es carnívoro, sólo ataca al hombre cuando se siente amenazado. Sin embargo, es un animal fortísimo, capaz de derribar árboles abriéndose camino en medio de la floresta, y de ahí que sea un peligro para nuestra especie.
Pero le voy a dar un consejo: si tuviera usted la desgracia de enfrentarse a un oso negro, no huya de inmediato; mantenga la calma y mírele un rato a los ojos. Así quedará aturdido y se marchará. Si, por el contrario, sale corriendo, le perseguirá y si por ventura no le mata, al menos resultará gravemente herido.
Debe estar pensando usted que todos estos datos cabrían mejor en una revista científica o en labios de un zoólogo… Pero se equivoca.
San Buenaventura dice que el Padre eterno entregó tres libros para nuestro aprendizaje: el de la creación, el libro encarnado —Jesucristo— y la historia de la salvación. En el primero podemos encontrar las dos actitudes que debemos adoptar ante las tentaciones.
Usted mismo, querido lector, juzgará los siguientes casos y dirá en qué manera de proceder encaja cada uno: reacción «oso polar» o reacción «oso negro».
Cuando suena el despertador por la mañana y tengo muchas ganas de seguir durmiendo, ¿qué debo hacer: huir de la tentación, tapándome la cabeza con la manta y volver a dormir —reacción «oso polar»; o enfrentar la pereza, mirar la situación a la cara y levantarme de la cama con energía —reacción «oso negro»?
¿Cuál ha de ser mi conducta en diferentes circunstancias, como cuando, estando en un corrillo de amigos, en el trabajo o en un restaurante, necesito manifestar mi fe, ya sea a través de la señal de la cruz, de la oración o de la respuesta ufana a una pregunta sobre mi religión, y tiendo a evitar confesarla? ¿Debo enfrentarme a la vergüenza —«oso negro»— o tengo el derecho de evadirme —«oso polar»— y dejar que se burlen de mi cobardía?
No obstante, cuando miro la televisión y me topo con escenas que no se ajustan a la moral católica, ¿debo enfrentar las tentaciones de la pureza tal como se presentan —reacción «oso negro»— o simplemente huir de esta ocasión de pecado —reacción «oso polar»— apagando la pantalla?
He aquí una de las lecciones del libro de la creación.
El libro encarnado nos enseñó a velar y orar para no caer en la tentación (cf. Mt 26, 41). ¿Y qué encontramos en el libro de la historia de la salvación? Cada una de sus páginas proclama: nunca se ha oído que un devoto de la Virgen Santísima fuera abandonado.
Por lo tanto, en los momentos de la tentación, juzguemos con sabiduría la mejor actitud a adoptar, pidiendo al Cielo las fuerzas necesarias para superar los obstáculos, llenos de confianza en que María nos ayudará, nos pondrá bajo su manto, y así saldremos victoriosos en la lucha contra el mal. ◊