La interrelación entre los tres arcángeles

San Miguel, San Gabriel y San Rafael poseen títulos de primacía propios, los cuales se completan mutuamente y favorecen su acción junto a los hombres.

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Podemos preguntarnos qué relación existe entre los cometidos de los tres arcángeles: San Miguel, San Gabriel y San Rafael.

Parece que constituyeran una especie de circuito cerrado, una totalidad, a la manera de una trinidad. ¿Cómo se ajusta esa «trinidad» al conjunto del mundo angélico? Tanto más cuanto que, para calcular la misión e importancia de cada uno, entran en juego dos órdenes de valores distintos: por un lado, lo que ellos son por naturaleza; por otro, su conducta durante la prueba, en la que, sin duda, los tres actuaron de modo perfecto en aquella ocasión.

Pero la perfección tiene grados y se ve, por ejemplo, que San Miguel fue súper eximio en la prueba. Me comentaron que San Luis María Grignion de Montfort afirmaba que había sido quien manifestó más amor a Nuestra Señora y, por eso, fue más combativo. Se trata de una primacía a causa de su actitud durante la prueba, lo cual es diferente del primado por naturaleza.

Aquí sólo trataremos las relaciones de naturaleza a naturaleza, sin considerar la primacía efectiva tal y como existe en el Cielo, dada su reacción durante la prueba. Debemos analizar qué hacen y cómo actúan los tres arcángeles para comprender cómo se completan en la tríada.

San Gabriel: conocimiento amoroso

«Arcángel San Gabriel», de Bicci di Lorenzo – Colección Santa María Asunta, Stia (Italia)

San Gabriel es quien comunica el conocimiento de Dios, y de ahí se entiende su papel en la Encarnación; San Rafael ayuda a los hombres en las dificultades de la vida; y San Miguel los auxilia en la lucha. Entonces, ¿qué relación existe entre las formas de ser de estos ángeles?

El conocimiento de San Gabriel es, evidentemente, todo amoroso; no se trata de un puro conocimiento abstracto, teórico, doctrinal.

Hay que señalar que el conocimiento del hombre con respecto a determinado punto se completa enteramente cuando es capaz de formular en palabras o expresar de alguna forma lo que tiene en su mente. Mientras no exista esa representación, el conocimiento no habrá concluido y, por tanto, el acto de amor tampoco estará completo.

Además, sólo después de que el individuo ha completado el conocimiento esencial de algo es cuando decide actuar, enfrentando las mayores dificultades y consagrando su vida a ello. En otras palabras, la consagración del trabajo y de la vida constituye una especie de deliberación que proviene de un conocimiento ya actuante, ejecutor, que es el término final del conocimiento.

Por último, nadie conoce enteramente algo si no lo comprende por contraste. No darse cuenta del contraste, cuando éste existe, revela una gran falta de conocimiento.

Hay, pues, un conocimiento especulativo y amoroso que invita a la acción y un conocimiento que convoca a la lucha. El primero no invita a la mera especulación, sino también a expresar lo que uno siente. Se trata de una contemplación de la cual emana el verbo, de una concienciación que adquiere su luz al hacerla explícita. Por lo tanto, la exclamación es propia del conocimiento plenamente realizado, al amor completamente adquirido, que florece en el cántico de alabanza desinteresada.

Luego se podría decir que los tres arcángeles forman, en el orden especulativo, tres maneras de acción, siendo que ésta se manifiesta poco en aquel que es mayor en el orden especulativo y la especulación se presenta menor en aquellos que están situados en el orden activo. Hay una especie de relación inversa, como María y Marta.

San Miguel: lucha, oblación y holocausto

San Miguel – Monte Saint-Michel (Francia)

Alguien podría pensar que estoy preparando el terreno para presentar la figura de un triángulo equilátero, en el cual el ángulo superior representaría a San Gabriel y los dos inferiores, en igual posición, a San Rafael y a San Miguel.

Pero esto no es cierto, porque, según el ángulo desde el que se mire, se trata de un triángulo equilátero en el que cualquiera de los tres arcángeles puede ocupar la punta superior sin desequilibrar el polígono, lo que parece claro sobre todo en relación con San Miguel. ¿Por qué? Porque el empeño de la lucha acarrea algo de destructivo para quien combate. Aun cuando el individuo no muera en la lucha o cuando el desarrollo normal de ésta no resulta en la muerte, combatir implica hacer un esfuerzo completamente superior al desgaste normal del organismo; de sí es desgastante, tiene algo de oblación.

Consideremos el ejemplo de un hombre que se ve obligado a llevar a un zoológico un guepardo al que le han puesto un bozal. El animal no le puede morder, pero se arriesga a ser agredido y contraatacar, y tanta fuerza tiene que hacer para dominarlo que es considerado un luchador. Este hombre recibe una gloria especial a causa de un no sé qué de inmolación que existiera en ese acto.

Ahora bien, Nuestro Señor dijo que la inmolación constituye la mayor prueba de amor; nadie puede amar más a otro sino dándole la vida (cf. Jn 15, 13). Por cierto, es del todo evidente que el Redentor lo afirmó de sí mismo para explicar cómo debíamos estar seguros del amor que Él nos tiene.

Por otra parte, también es verdad que se trata de la oblación en la cual hay mayor desinterés. Cuando Abrahán se dispuso a inmolar su propio hijo por obediencia a Dios, mostró un formidable desinterés; fue un acto de puro amor. Y se puede luchar por puro amor, yendo, por ejemplo, a la Cruzada, como Isaac caminó para ser matado por su padre.

La oblación, en este sentido, es la extinción de la vida de una persona en holocausto a otro; a Dios, por tanto.

Entonces vemos que, por más bella que sea la palabra de San Gabriel, cuando consideramos la magnificencia de la lucha de San Miguel percibimos que ésta es otro título de gloria, y nos queda preguntar cuál de los dos títulos es absolutamente mayor.

San Rafael: acción pensante

Sucede que entra en este cuadro la acción. Ésta parece muy inferior a la contemplación y a la lucha, a la oblación.

Se pude decir incluso que la acción es una lucha. En este sentido, cuando un mecanógrafo del Ayuntamiento sale de casa y su esposa le pregunta «¿adónde vas?», él le responde: «Voy a la lucha». Sin embargo, tal uso se explica en vista de una concepción muy material de la acción.

En relación con el propio San Rafael, lo que nos viene a la memoria, por lo menos a mí, es el dibujo —por cierto, encantador y tontuelo— que ilustraba mi librito de Historia Sagrada: el arcángel caminando a pie con un bastón, del que cuelga una especie de cántaro, y conversando animadamente con Tobías. Sería, pues, el ángel que anda, que atraviesa distancias.

Esa no es toda la verdad. San Rafael manifestó una sabiduría activa superior, que ayudó a Tobías a ver lo que de hecho debía querer en el viaje, le dio fuerzas y ánimo —éste es el sentido de la compañía—, así como le proporcionó los medios para llegar a su destino. Los aspectos materiales del viaje —andar a pie, hacer que el muñeco que fabricó, y que Tobías tomaba por un hombre, hablara—, no representan nada para el arcángel.

Comprendemos, pues, que para hablar de San Rafael como el arcángel de la acción, debemos escoger los más altos grados y patrones de la acción. Es decir, mucho más que la acción operativa completamente activa, se trata de la acción pensante. Por poner un ejemplo corriente, podemos ilustrarla con aquella frase atribuida, de distintas formas, al mariscal Foch: «Ma droite est pressée, ma gauche est menacée, ma arrière est coupée… Que fais-je? J’attaque».1 Esto es magnífico. Es decir: «Estoy en un apuro total. Voy a atacar». Se diría que es una acción «rafaelina», en ese sentido de la palabra, que muestra el pensamiento sobre la acción, una alta categoría de acción.

San Miguel, San Gabriel y San Rafael – Iglesia de San Miguel y todos los ángeles, Kingsland (Reino Unido)

El papel de cada arcángel junto a los hombres

De modo que el arte de gobernar, de dirigir proféticamente la acción, estaría con San Rafael; a San Miguel le correspondería el profetismo en la lucha y en el holocausto, y no en la vida corriente; el reinar recaería en San Rafael. Así se comprende la belleza de la distinción entre las diversas misiones.

San Gabriel es el profeta que inspira al rey; traza la actuación metafísica. El que da la «metapolítica» —entendida como el aspecto más alto de la función directiva— es San Rafael. El que proporciona la «metalucha», con la tarea especial de repeler a los demonios, es San Miguel.

En cuanto contrarrevolucionarios, ¿cuál es el papel de los tres arcángeles?

Yo diría que San Gabriel infunde el espíritu verdaderamente contrarrevolucionario, como todo el ideal del Reino de María, con el deseo y la concepción de las cosas altísimas, de tal manera que nos da una idea de los rasgos fundamentales de cómo debe ser un orden humano.

A partir de ese orden supremo, ¿cuáles son los métodos ejecutivos de organizarlo? ¿Cuáles son los medios de llevarlo a cabo? Quien nos los indica es San Rafael.

Y luchar contra los adversarios que se opongan a ello es la misión de San Miguel.

Trasladado al terreno humano, vemos que San Luis María Grignion de Montfort, por ejemplo, tenía momentos «gabrielinos», momentos «rafaelinos» y momentos «miguelinos», según la preponderancia de uno u otro aspecto de su actuación.

Leyendo el Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen, uno siente eso. Hay partes en las que se tiene la impresión de que es San Gabriel el que anuncia alguna sublime verdad. Cuando San Luis, como apóstol, monta la argumentación para convencer a un tercero y enciende un fuego de alma para llamarlo, trasparece San Rafael. En los movimientos de indignación, pues en su libro hay de cabo a cabo una intransigencia adamantina, llega la hora de San Miguel. Es decir, existen rasgos característicos.

San Rafael, San Gabriel y San Miguel – Convento de Santo Domingo, Stone (Inglaterra)

¿Qué aspecto angélico brilló más en la vida de Nuestro Señor?

Tales consideraciones no eliden el problema más profundo de saber cuál de esos aspectos, absolutamente hablando, es el rasgo característico en Dios. Podríamos preguntarnos cuál de ellos brilló más en la vida santísima y augustísima de Nuestro Señor Jesucristo y en qué ocasiones se comportó como el Dios de Gabriel, el Dios de Miguel o el Dios de Rafael. Indagaciones de esta naturaleza darían motivo para un bellísimo estudio del Evangelio.

Yo diría que, por ejemplo, su vida íntima con Nuestra Señora o su Transfiguración en el monte Tabor me parecen eminentemente ligadas a San Gabriel.

Su Pasión, evidentemente, tiene más relación con San Miguel. Es el momento del holocausto y de la lucha, cuando Él vence al mundo. Agonía, en griego, significa lucha del atleta; los atletas eran llamados agonistas.

Y San Rafael está más asociado a su vida pública, con el Maestro haciendo apostolado.

Es muy ilustrativo para el espíritu pasear por entre esas cuestiones. Emiten luz aun cuando no las resolvamos. Y si después de pensar así consultamos un libro sobre angelología, en diez minutos está elucidado el asunto.

En mi opinión, sería conforme a nuestros métodos mentales —no digo que sea el único—, y creo que Nuestra Señora bendice ese modo de actuar, tratar en primer lugar de hacer hipótesis con las luces que Ella nos ha dado y luego estudiar lo que la Iglesia enseña, con espíritu de sumisión, de deseo de aprender. Así se entiende bien la teología. Me parece una forma de obrar muy digna, muy correcta y es lo que yo quise hacer en esta conferencia. 

Extraído, con adaptaciones, de:
Dr. Plinio. São Paulo. Año XIX. N.º 222
(set, 2016); pp. 26-31.

Notas


1 Del francés: «Mi derecha es ­presionada, mi izquierda es amenazada, mi retaguardia es golpeada… ¿Qué hago? ¡Ataco!». El mariscal Foch fue un militar francés que comandó de forma decisiva las fuerzas aliadas durante la Primera Guerra Mundial, llevándolas a la victoria.

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