Historia y espiritualidad del canto gregoriano

Música espiritual por excelencia, el canto llano exige no sólo habilidad en la ejecución, sino piedad y humildad, ya que la unión sonora de los cantores es símbolo de la implicación de los fieles que se congregan para rendirle culto a Dios.

Compártalo en las redes sociales​

En cierta ocasión le preguntaron al maestro Kurt Pahlen, famoso musicólogo y compositor austriaco, cómo definiría él la música. El regente confesó que esa interrogación le sorprendió, pero para no dejarla sin responder dijo: «La música es un fenómeno acústico para los prosaicos; un problema técnico de melodía, armonía y ritmo para los profesionales; una expresión del alma que nos puede elevar al infinito y que encierra todos los sentimientos humanos, para los que verdaderamente la aman de todo corazón».1

Pahlen se refería a la música como un todo, en cuanto arte. No obstante, hay un estilo de música que se identifica particularmente con esa definición: el canto gregoriano.

¿Cómo definir el canto gregoriano?

Una respuesta técnica a tal pregunta sería la siguiente: se trata de una música monódica, diatónica, modal y de ritmo libre… Pero, a fin de cuentas, ¿qué significan estos términos? Consideremos cada uno de ellos.

Monódica. A diferencia de la polifonía, en el gregoriano todas las voces cantan una sola melodía.

Diatónica. El canto gregoriano usa únicamente la escala diatónica, constituida por la secuencia natural de los sonidos, con solo un accidente, el si bemol.

Modal. Se sabe que la música moderna utiliza todos los sonidos de la escala musical, pero es la nota final, la de reposo y conocida como tónica, la que define su tonalidad. El gregoriano no es tonal, sino modal, es decir, la secuencia de tonos y semitonos dentro de la escala define el modo, una forma de ser propia.

De ritmo libre. Las notas de la pauta gregoriana no tienen un valor medido absoluto, como en la música moderna. Su valor fundamental consiste en lo que llamamos tiempo simple o tiempo silábico, el cual es indivisible.

Sin embargo, estas cuatro características no responden del todo a nuestra pregunta, pues el gregoriano comprende algo más: se trata del canto litúrgico oficial de la Iglesia Católica de rito latino, por lo tanto, el que se usa públicamente con la finalidad de alabar a Dios y obtener la santificación de los fieles, objetivo de la liturgia. En efecto, así como el demonio se vale de los sentidos del hombre para tentarlo, también la Iglesia puede alentarlo a la práctica de la virtud a través de estos mismos sentidos como, por ejemplo, por medio de la audición.

Además, el canto gregoriano simboliza la unidad y la santidad de la Iglesia: unidad porque se sirve de una única melodía y lengua, el latín; santidad porque utiliza textos, en mayor parte, de la Sagrada Escritura. Esos dos aspectos lo convierten en la música religiosa por excelencia en Occidente, en toda la fuerza del término.

Un canto pobre, casto y obediente

Según Dom Jean Claire, maestro del coro de la abadía de Solesmes de 1975 a 2000, el canto gregoriano pareciera «profesar» los tres votos religiosos:

De pobreza, porque es simple, monódico; en él prevalece la unidad. Y tampoco incluye acompañamiento instrumental.

De castidad, ya que no suscita pasiones en el hombre, sino, por el contrario, invita a la paz de espíritu y a la serenidad, refleja lo sagrado y alimenta la fe.

De obediencia, pues su razón de ser consiste en servir al texto litúrgico. La melodía está subordinada a la letra, que lleva un mensaje místico y espiritual.

El gregoriano, por tanto, es una oración cantada, un verdadero diálogo con el Creador y un acto de alabanza a Él, pudiendo ser comparado a un incienso verbal. Según la definición del Prof. Plinio Corrêa de Oliveira, se trata de la «música que tiene la cualidad incomparable de expresar la actitud perfecta, el exacto grado de luz del alma recta y verdaderamente inocente cuando se pone ante Dios».2

La mayoría de los estudiosos coinciden en dividir la historia del canto gregoriano en cuatro períodos o épocas. Veamos a continuación algo sobre cada una de ellas.

Período de formación

A mediados del siglo i, San Pablo arriba a Roma y lleva a las comunidades cristianas melodías de origen hebreo que conocía de la sinagoga y que paulatinamente fueron siendo adaptadas a la nueva religión. En esta herencia, la costumbre de cantar los salmos ocupa un lugar relevante. Más tarde, durante los siglos ii y iii, la Iglesia romana utilizará en su culto elementos rituales de otras regiones como, por ejemplo, Siria, Asia Menor y Bizancio, además de la lengua griega. Es decir, el canto eclesiástico en los primeros siglos reunía melodías provenientes de distintas culturas.

A partir del año 313, con el fin de las persecuciones y el reconocimiento del cristianismo como religión en pie de igualdad con los demás cultos existentes en el imperio, la Iglesia inicia un proceso de formación litúrgico-musical propio, utilizando elementos de tres culturas: los Libros Sagrados de los judíos; el sistema modal y los progresos teóricos y técnicos de los griegos; la lengua, la poesía y la métrica de los versos de los romanos. De este proceso nacerá el llamado antiguo canto romano.

En este nuevo contexto, se construyen templos en varios sitios y las celebraciones adquieren mayor esplendor. Posteriormente, en los centros más importantes del cristianismo la evolución de los ritos litúrgicos propios dará lugar a los ritos ambrosiano, mozárabe y gálico, entre otros, que coexistirán durante algunos siglos.

Apogeo y difusión

A finales del siglo vi, subió al solio pontificio la figura que daría nombre al canto litúrgico oficial de la Iglesia: San Gregorio Magno. Este Papa ciertamente compuso algunas melodías, pero su principal acción fue la de reformar y perfeccionar los cantos que ya existían, seleccionar y ordenar las piezas, dándole a cada una su sitio en el ciclo litúrgico. También fundó la Schola Cantorum, con la intención de formar personas adiestradas en este estilo de música sacra, que después difundirían sus conocimientos en otras regiones de la cristiandad medieval.

Más tarde, a mediados del siglo viii, el canto litúrgico de Roma entró en la Galia, a petición del soberano franco Pipino el Breve, cuyo propósito era sustituir al canto galicano. No obstante, lo que sucedió en realidad fue la fusión de ambos. El repertorio romano impuso su texto, estilo y arquitectura modal, pero revestido con la ornamentación de los cantos galicanos. El resultado fue lo que podríamos llamar canto romano-franco, el cual un siglo después sería bautizado con el nombre de gregoriano en honor del papa San Gregorio.

Luego, ya en el contexto del Renacimiento carolingio, se difundiría oficialmente en el imperio por determinación de Carlomagno, sustituyendo así a los estilos que existían paralelamente al gregoriano. Se fundaron varias escuelas de canto, lo que constituía una forma de apostolado y un medio de establecer un único estilo de canto litúrgico.

Perfeccionado y ordenado durante el pontificado de San Gregorio Magno, el canto gregoriano adquirió su forma definitiva al entrar en la Galia, con Pipino el Breve, y se extendió oficialmente en la cristiandad por orden de Carlomagno
A la izquierda, San Gregorio Magno – Catedral de San Jorge, Ferrara (Italia); en el centro, Pipino el Breve; a la derecha, Carlomagno, de Albrecht Dürer – Museo Hofburg, Viena

Surge la partitura gregoriana

El gregoriano tuvo una gran expansión y el repertorio se amplió, lo que derivó en la necesidad de crear un sistema de escritura que ayudara a los cantores a recordar las melodías, que hasta ese momento se transmitían de forma oral. Esta innovación ocurrió a mediados del siglo ix.

Inicialmente surgieron sólo los neumas, signos colocados encima del texto para indicar de alguna manera las ondulaciones de la melodía. Aunque este sistema implicaba cierta dificultad para conocer los intervalos exactos entre las notas —al tratarse de signos escritos in campo aperto—, representó un avance innegable.

Para solucionar el problema de la altura exacta de los sonidos, se añadieron líneas que representaban ciertas notas en la escala y servían para identificar las notas próximas a ellas. Primero se insertó una línea en rojo para indicar la nota fa y más tarde una segunda línea en amarillo, que señalaba la nota do. Finalmente, se introdujo una tercera línea entre las dos anteriores, que representaba la nota la.

Junto con la aparición de los primeros neumas nacieron los tropos, los cuales designaban la inserción de textos debajo de las notas de un melisma —muchas notas para una misma sílaba— con la intención de ayudar a memorizar las melodías.

Con el tiempo, el empleo de esta técnica conduciría a ciertas exageraciones, pues lo que inicialmente se aplicaba a las melodías del Kyrie y Alleluia poco a poco se fue imponiendo a todas las piezas que incluían melismas.

A partir del siglo ix comenzaron a aparecer también los primeros intentos de música polifónica y poco después nació el drama litúrgico, la puesta en escena de los textos sagrados durante las grandes celebraciones, como la Pascua y la Navidad.

Basándose en un himno a San Juan Bautista, en el que cada inciso comienza con un grado de la escala musical, Guido nombró las notas tal y como las conocemos hoy
Himno a San Juan Bautista usado por Guido d’Arezzo para denominar las notas. El si está formado por la unión de las iniciales de «Sancte Ioannes», y sólo más tarde «ut» cambiaría a do

Surgió entonces el gran reformador e incrementador de la música occidental, el monje benedictino Guido d’Arezzo, que instituyó el tetragrama para la pauta gregoriana e insertó las claves de do y fa, permitiendo así la alteración de la extensión de las notas. Otra innovación introducida por él se refiere a la nomenclatura de las notas, que hasta aquel momento eran identificadas según el método alfabético griego: A (la), B (si), C (do), D (re), E (mi), F (fa) y G (sol). Basándose en un himno a San Juan Bautista, en donde cada inciso empieza en un grado de la escala musical, Guido nombró las notas musicales como las conocemos hoy.

Ya en el siglo xii, los signos neumáticos fueron sustituidos por signos más cuadrados, precursores de la notación moderna. Esta escritura, conocida como notación cuadrada, solucionó el problema de los intervalosdiastemas— por la localización más precisa de las notas, pero era imperfecta en cuanto a los matices rítmicos y expresivos de los neumas originales, pues el mismo tipo de signo servía para indicar prácticamente todas las notas.

Significando avances innegables en la notación gregoriana, los neumas fueron creados para indicar las ondulaciones de la melodía, y se agregaron líneas representativas de las notas para resolver el problema de la altura exacta de los sonidos
A la izquierda, partitura gregoriana con neumas; a la derecha, partitura gregoriana con líneas rojas y amarillas

Período de decadencia

Con la evolución de la polifonía también surge la notación métrica: valores de tiempo determinados para las notas, compases, pentagrama. Este sistema métrico se aplicó al gregoriano, abandonando progresivamente las tradiciones rítmicas y asignándole un valor a las notas de manera arbitraria. Ciertas melodías gregorianas reciben acompañamiento de otras voces, dando lugar al organum paralelum, y algunas órdenes religiosas crean su propio estilo. Se exageran los tropos, nacidos en el período anterior, con letras a veces románticas, lo que llevó a que fueran prohibidos en el rito latino, junto con las secuencias —serie de versos con cierta simetría—, durante el Concilio de Trento.3 En resumen, el gregoriano pierde su pureza original.

En este contexto es importante aclarar que tal decadencia no se debió al desarrollo de la polifonía, como si ésta fuera un estilo de música malo en sí mismo, sino al desuso progresivo del gregoriano, considerado por muchos como un canto anticuado en comparación con las nuevas composiciones.

La restauración

Se iniciará una etapa de revitalización con Dom Prosper Guéranger, abad de Solesmes de 1837 a 1875. En su empeño por restaurar la vida monástica, interrumpida hacía algunas décadas como consecuencia de la Revolución francesa, comenzará un proceso de recuperación del verdadero espíritu del canto gregoriano. Promueve la revisión y comparación de manuscritos en varios monasterios de Europa para devolverles su sentido original, en un trabajo paleográfico y semiológico. La fotografía facilita mucho esta tarea y se publican algunas obras con los resultados de los estudios. Como era de esperar, hay quienes objetan, pero los benedictinos se imponen científicamente, garantizando así la causa de la restauración gregoriana.

En 1903, San Pío X publica el motu proprio Tra le sollecitudini, sobre la música sacra. En ese mismo año confía a una comisión especializada, basada en los trabajos de Solesmes, una edición oficial llamada Vaticana, que publicará obras como el Graduale en 1907 y el Antiphonale en 1912, con una estilización de la notación cuadrada gregoriana y la adición de elementos auxiliares: una línea suplementaria inferior y otra superior, episemas, guion, puntos, asteriscos y comas.

El mismo Papa promueve la fundación del Instituto Pontificio de Música Sacra en 1910. Posteriores pontífices ratifican las normas de San Pío X y se abren otros institutos en Europa.

En toda esta labor de restauración del canto gregoriano destacan, entre otros, los monjes benedictinos Joseph Pothier, André Mocquereau y Eugène Cardine, los cuales publicaron obras importantes en el ámbito de la música gregoriana.

Música espiritual por excelencia

Tras esta breve incursión en la espiritualidad e historia del canto gregoriano, llegamos a la conclusión de que es la música espiritual por excelencia.

Su buena ejecución exige no sólo habilidad, sino sobre todo piedad y humildad, ya que la unión sonora de los cantores es símbolo de la implicación de todos los fieles que se congregan para rendirle culto a Dios.

Al cantar, debemos ser conscientes de la necesidad de hacerlo en clave de oración, pues así realizaremos un acto de alabanza a Dios. 

Extraído de la revista Heraldos del Evangelio, #241.

Notas


1 PAHLEN, Kurt. Historia gráfica universal de la música. 2.ª ed. Buenos Aires: Centuriones, 1944, p. 32.

2 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. «Pináculo da expressão religiosa». In: Dr. Plinio. São Paulo. Año IX. N.º 102 (set, 2006); p. 4.

3 El Concilio de Trento autorizó para uso litúrgico solamente cuatro secuencias: Victimæ paschali laudes, en el domingo de Pascua; Veni Sancte Spiritus, en la solemnidad de Pentecostés; Lauda Sion, en la solemnidad del Corpus Christi; y Dies iræ, en la misa de difuntos. En el siglo xviii se añadió el Stabat Mater, en la misa de Nuestra Señora de los Dolores.

¡Suscríbase a nuestros emails!