La Teología y el Amor a Dios – La fe en busca del entendimiento

¿El conocimiento y la virtud son independientes? Bernardo de Claraval nos recuerda que sin una profunda fe en Dios, alimentada por la oración y por la contemplación, los estudios teológicos corren el riesgo de ser un vano ejercicio intelectual.

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Este artículo es la continuación del Inicio de la Teología que expone el origen de este santo estudio nacido de un deseo de alimentar en las almas el amor a Dios.

Para leer la primera parte, dé clic aquí.

San Anselmo de Canterbury

Nacido de familia noble en Aosta, Italia, en 1033, Anselmo ingresó en la abadía cluniacense de Bec, en Normandía, donde llevó una vida de gran observancia monacal. “Monje de intensa vida espiritual, excelente educador de jóvenes, teólogo con una extraordinaria capacidad especulativa, sabio hombre de gobierno e intransigente defensor de la libertas Ecclesiæ, de la libertad de la Iglesia, San Anselmo es una de las personalidades eminentes de la Edad Media”.7

Después de Bec, lo encontramos en Inglaterra, como arzobispo de Canterbury. Fue uno de los grandes preescolásticos e incluso hay quien lo considera el padre de la escolástica.

Suya es la famosa máxima “fides quærens intellectum” —la fe en busca del entendimiento—, de raíz agustiniana. Es una fórmula en la que percibimos ese consorcio entre la fe y la razón, bellamente descrito en el primer capítulo de su Proslogion.8

San Anselmo muestra una gran tendencia a la especulación, distinguiéndose así de la espiritualidad benedictina. En sus obras no es fácil separar la teología especulativa de la mística. Benedicto XVI elogia en términos calurosos a este insigne teólogo medieval “al que la tradición cristiana ha dado el título de ‘doctor magnífico’, porque cultivó un intenso deseo de profundizar en los misterios divinos […]. La claridad y el rigor lógico de su pensamiento tuvieron siempre como objetivo ‘elevar la mente a la contemplación de Dios’. Afirma claramente que quien quiere hacer teología no puede contar sólo con su inteligencia, sino que debe cultivar al mismo tiempo una profunda experiencia de fe”.9

Como no podía dejar de ser, este gran “teólogo de rodillas” rendía un ardoroso culto de amor a la Virgen Madre de Dios. No escribió ningún tratado sobre Ella, pero en sus escritos hay frases tan profundas y llenas de amor que influyeron fuertemente en los estudios mariológicos. No han faltado algunos autores que señalan a San Anselmo como defensor de la Inmaculada Concepción, fundamentados en las palabras de su libro De conceptu virginali et originali peccato: “Convenía que la Madre de Dios brillara con una pureza tal que no se puede concebir mayor después de Dios”.10

Es evidente que esta frase no significa que sea la Concepción Inmaculada de María, como la Iglesia la definiría siglos más tarde, pero indica un privilegio que no fue concedido a otro mortal. Además, estas palabras incluyen precisamente una de las razones teológicas más fuertes que los autores suelen presentar para demostrar la existencia de la Inmaculada Concepción en María, que consiste en sus relaciones con las tres Personas de la Santísima Trinidad, porque el mismo Unigénito del Padre, igual a Él, era Hijo de la Virgen, y al mismo tiempo la había escogido por Madre, y el Espíritu Santo como Esposa, de la cual engendraría a Aquel del cual Él mismo procedía.11

Por consiguiente, no explicitó claramente la Inmaculada Concepción, pero preparó el camino para que posteriores teólogos llegaran a esa conclusión.

Este gran santo, que entregó su alma a Dios el 21 de abril de 1109, “marca el siglo XI por su ciencia, su piedad, por sus luchas y lleva a la causa católica a la victoria. […] Considerando su vida, se tiene la impresión de una fortaleza formidable, de un hombre que llenó su tiempo, venció, y cuya gloria perdura por todos los siglos a causa de las victorias que obtuvo en favor de la fe”.12

San Bernardo de Claraval

Hay otros grandes santos e insignes teólogos, verdaderos pilares de la doctrina cristiana, sobre las cuales se asentó el edificio teológico en el período medieval. Uno de ellos brilló como un sol, tanto por la santidad de su vida, como por la claridad y profundidad de su doctrina: San Bernardo de Claraval, “llamado el ‘último de los Padres’ de la Iglesia, porque en el siglo XII, una vez más, renovó e hizo presente la gran teología de los Padres”.13

Bernardo nació en Borgoña, Francia, el tercero de los siete hijos de una noble familia. Recibió una esmerada educación de los monjes de Châtillon sur Seine y demostró desde joven su enorme vocación.

En 1112, cuando aún no había cumplido los 23 años, se presentó en el monasterio de Císter, a la cabeza de un grupo de unos treinta nobles, todos en busca del mismo ideal.14

—¿Qué queréis? —les preguntó el abad, San Esteban Harding.

Cayendo de rodillas, Bernardo respondió en nombre de todos con la fórmula ritual: —La misericordia de Dios y la vuestra.

Un monje que influye en la Iglesia y en la sociedad

Así iniciaba ese gran santo su vida monacal que, bajo el hábito cisterciense, influiría profundamente en la Iglesia y en la cristiandad en su siglo y en los venideros.

Poco después de su entrada en Cister, San Esteban Harding le confió la misión de fundar la abadía de Claraval, que dirigió hasta el final de su vida. No tardó mucho para que reyes, príncipes, obispos e incluso el Papa le consultaran, admirados por su sabiduría.

Asistió al Concilio de Troyes en 1129, y en 1130 fue convocado al Concilio de Etampes, en donde, gracias a su intervención, el rey de Francia, Luis VI, reconoció como legítimo al Papa Inocencio II, cuya elección al solio pontificio venía siendo contestada por un antipapa.

En 1145, su discípulo y amigo Bernardo Pignatelli, abad de un monasterio cisterciense en Roma, fue elegido Papa con el nombre de Eugenio III. Para este hijo espiritual suyo elevado al Sumo Pontificado, San Bernardo escribió el tratado De Consideratione. En este libro, el santo doctor “no sólo indica cómo ser un buen Papa, sino que también expresa una profunda visión del misterio de la Iglesia y del misterio de Cristo, que desemboca, al final, en la contemplación del misterio de Dios trino y uno”.15

Apasionado por Jesús y María

Analizándola desde una perspectiva teológica, Benedicto XVI destaca dos aspectos centrales de la obra doctrinaria de San Bernardo. “Se refieren a Jesucristo y a María Santísima, su Madre. Su solicitud por la íntima y vital participación del cristiano en el amor de Dios en Jesucristo no trae orientaciones nuevas en el estatuto científico de la teología.

Pero, de forma más decidida que nunca, el abad de Claraval relaciona al teólogo con el contemplativo y el místico. […] El santo abad describe en términos apasionados la íntima participación de María en el sacrificio redentor de su Hijo. […] ‘Hasta tal punto la violencia del dolor ha traspasado tu alma, que con razón te podemos llamar más que mártir, porque en ti la participación en la pasión del Hijo superó con mucho en intensidad los sufrimientos físicos del martirio’.

San Bernardo no tiene dudas: ‘per Mariam ad Iesum’, a través de María somos llevados a Jesús. […] Estas reflexiones, características de un enamorado de Jesús y de María como San Bernardo, siguen inspirando hoy de forma saludable no solo a los teólogos, sino a todos los creyentes”.16

Un escritor prolífico

En medio de una vida llena de grandes empresas, supo el santo abad de Claraval encontrar tiempo para escribir sus admirables obras, cuyas doctrinas y espíritu son el retrato de su carácter y de su época.

El número de sus sermones sobre los temas más variados asciende a 340. Entre ellos son notables los que tratan de la Santísima Virgen María, algunos de los cuales están adornados con las galas de la poesía y las más brillantes imágenes.

También ha pasado a la Historia por su importante contribución al desarrollo de algunas devociones cristianas. Concurrió decisivamente a difundir la adoración a la humanidad santísima de Cristo, especialmente los misterios de la infancia de Jesús.

Aunque no trató la doctrina de la Inmaculada Concepción, exaltó la eximia santidad de María y desarrolló el tema de su mediación universal. A él se atribuyen importantes oraciones que divulgaron la doctrina de dicha mediación, como el Memorare (Acordaos) y la famosa antífona Salve Regina. Fue un mérito innegable suyo orientar los corazones hacia San José; hasta entonces, el fiel guardián de la virginidad de María no era objeto de culto especial.

También contribuyó a divulgar la devoción a los ángeles custodios. Sin embargo, la obra cumbre de la teología mística del insigne abad es el Comentario al Cantar de los Cantares, compuesto de ochenta y seis sermones, en los que expresa con claridad sus ideas sobre los estados místicos y los grados de oración.17

Uno de los supremos guías de la cristiandad

San Bernardo durmió en el Señor el 20 de agosto de 1153, a los 63 años. Narra la crónica que en el instante en que expiró se le apareció en la cabecera la Madre de Dios, que venía a buscar el alma del bienaventurado. Antes de enterrarlo, los monjes de Claraval tuvieron la feliz iniciativa de moldar su efigie mortuoria, matriz de todas las imágenes en las cuales se muestra el santo abad “con las mejillas hundidas, llenas de profundas arrugas, pero cuya amplia frente revela la inteligencia y cuya fisonomía irradia una pureza maravillosa”.18

Transcurridos nueve siglos, un historiador de nuestros días resumió con estas palabras el papel del fundador de Claraval: “Para la historia de la Iglesia de Cristo, continúa siendo la imagen más perfecta del hombre, tal como la Edad Media la pudo concebir, uno de los supremos guías de la cristiandad en su camino de luz, un testimonio de su tiempo ante Dios”.19

El Papa Pío VIII lo proclamó doctor de la Iglesia en 1830. Y el Papa teólogo Benedicto XVI subraya la importancia de su vasta obra doctrinaria para los estudios teológicos de todos los tiempos: “A veces se pretende resolver las cuestiones fundamentales sobre Dios, sobre el hombre y sobre el mundo únicamente con las fuerzas de la razón. San Bernardo, en cambio, sólidamente fundado en la Biblia y en los Padres de la Iglesia, nos recuerda que, sin una profunda fe en Dios, alimentada por la oración y por la contemplación, por una relación íntima con el Señor, nuestras reflexiones sobre los misterios divinos corren el riesgo de ser un vano ejercicio intelectual, y pierden su credibilidad. La teología remite a la ‘ciencia de los santos’, a su intuición de los misterios del Dios vivo, a su sabiduría, don del Espíritu Santo, que son punto de referencia del pensamiento teológico. Junto con San Bernardo de Claraval, también nosotros debemos reconocer que el hombre busca mejor y encuentra más fácilmente a Dios ‘con la oración que con la discusión’. Al final, la figura más verdadera del teólogo y de todo evangelizador sigue siendo la del apóstol San Juan, que reclinó su cabeza sobre el corazón del Maestro”.20

Extracto de la revista Heraldos del Evangelio, #146.

Notas


7 BENEDICTO XVI. San Anselmo. Audiencia general, 23/9/2009.

8 Cf. SAN ANSELMO DE CANTERBURY. Proslogion, c.1: ML158, 225227.

9 BENEDICTO XVI, San Anselmo, op.cit.

10 SAN ANSELMO DE CANTERBURY. De conceptu virginali et originali peccato, c.18: ML158, 451.

11 Cf. Ídem, ibídem.

12 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Santo Anselmo, varão de muitas lutas. In: Dr. Plinio. São Paulo. AñoXVIII. N.º205 (Abril, 2015); p.29.

13 BENEDICTO XVI. San Bernardo de Claraval. Audiencia general, 21/10/2009.

14 Cf. DANIELROPS, Henri. A Igreja das Catedrais e das Cruzadas. SãoPaulo: Quadrante, 1993, p.98.

15 BENEDICTO XVI, San Bernardo de Claraval, op.cit.

16 Ídem, ibídem.

17 Cf. ILLANES; SARANYANA, op.cit., p.35.

18 DANIELROPS, op.cit., p.133.

19 Ídem, p.135.

20 BENEDICTO XVI, San Bernardo de Claraval, op.cit.

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